Pensamiento y praxis para construir el socialismo en América Latina

martes, 15 de abril de 2008

ACTUALIDAD DE LA REVOLUCIÓN Y AD-VENIR DEL SOCIALISMO

Anotaciones desde una perspectiva marxiana (y latinoamericana) ·

Aldo Casas ··

¿Es correcto seguir hablando de la actualidad de la revolución en esta fase histórica signada por una relación de fuerzas desfavorable y el notorio déficit teórico y estratégico de los trabajadores en general y las organizaciones de izquierda en particular? Y en tal caso ¿qué “rango” o alcance tiene semejante caracterización? ¿Qué conclusiones prácticas pueden derivarse? Creo que en torno a estas cuestiones puede desarrollarse una fecunda discusión y espero que este artículo ayude a suscitarla. No constituyen un ensayo acabado, sino más bien anotaciones que resultan de un doble empeño: elucidar el curso de la lucha de clases en Latinoamérica con la ayuda de una determinada perspectiva marxiana y re-pensar esta tradición teórico-política para desarrollarla en función de responder los desafíos de la lucha de clases en lo que algunos estudiosos consideran nuevo “momento constitutivo” de las sociedades latinoamericanas, desafíos cuyo su desenlace podría fundar por largo tiempo el “modo de ser” del continente.[1]

El horizonte marxiano (mirando desde el sur)
No se me escapa que existen diversos “marxismos” y que el legado de Marx mismo es polémico y polifónico. Un Marx empeñado en asimilar y discutir con la ciencia de su época; un Marx que utiliza y discute la rica tradición filosófica que suele denominar deutschen Wissenchaft (o sea, “ciencia alemana”) para resistir la avasallante influencia del positivismo; un Marx que discute con los dirigentes obreros de su época, con su amigo-colaborador Engels y consigo mismo. Un Marx que no se concede reposo en la permanente tarea de interpretar y combatir los fetiches y enigmáticos desplazamientos del capital, siempre presentes y siempre cambiantes. Considero además insensata la pretensión de volver a un Marx “puro”, como si no existieran las mil y una lecturas e interpretaciones que alentó, inspiró o posibilitó, como si pudieran ignorarse las prácticas políticas que durante un siglo y medio fueron referenciadas para bien y para mal (sobre todo para mal) con su obra. En suma, es inevitable que el “marxismo” exista a través de interpretaciones, porque lo que Marx legó en gran medida fue un lenguaje, una empresa crítico-revolucionaria, un proyecto abierto, un combate en desarrollo.

Digo entonces que, como parte de ese combate que se libra en múltiples frentes y tiene desarrollos en gran medida imprevistos, “mi” interpretación (una interpretación colectiva, como es obvio) recupera y destaca los trazos gruesos de un marxismo que no es liberticida sino, mas bien, libertario. Y que, por añadidura, se asume “situado”: como en todo el mundo, pero más que en el resto del mundo, nuestro marxismo anticapitalista debe ser apuntado también y al mismo tiempo contra el eurocentrismo y la colonialidad del poder.[2]

En el comienzo, fue la crítica…
Para inscribir estas notas en el horizonte más general de la reflexión marxiana que reivindicamos, es conveniente comenzar por refutar, una vez más, la persistente leyenda que utilizando expresiones ocasionales o sacadas de contexto insiste en presentar a Carlos Marx como el fundador de una “Filosofía de la Historia” teleológica, orientada por la supuesta ineluctabilidad del comunismo. Por el contrario, el conjunto de su trabajo constituye un formidable y perdurable aporte a la comprensión de la humana autoconstrucción condicionada de la historia, integrando la tensión entre el carácter teleológico de los actos individuales y la causalidad que opera a nivel de la reproducción social total.

Nuestro Marx tampoco es el artífice de una nueva concepción económica destinada a competir con los teóricos de la burguesía o fundar una supuesta “economía socialista”. Lo que muchos consideraron una obra “económica” fue en realidad una crítica continuamente renovada, y no sólo de la “economía política”. Marx, como bien señala Jean-Marie Vincent:

no podía conformarse con criticar tal o cual tesis de Adam Smith o de Ricardo: debía también elucidar la relación de la economía en tanto realidad social, en cuanto construcción social de representaciones y como conjunto simbólico opaco e opresivo […] la crítica de la economía política no puede ser una teoría económica mejor ni la búsqueda de leyes positivas de la economía. Sólo puede ser otra manera de pensar la economía o, más aún, otra manera de pensar las relaciones entre actividad teórica y sociedad. [3]

Tan ambicioso fue su empeño crítico, que estuvo lejos de llevarlo hasta el fin. En primer lugar porque Marx no escribió ese libro llamado El capital, sino que fue más bien el autor de cuatro redacciones de El capital: todas distintas y todas inacabadas.[4] En segundo lugar, porque la expansión del capital nunca se detuvo y “el hacerse mundo del capital, que es también el hacerse capital del mundo” pone de manifiesto que limitaciones que en otros momentos pasaron inadvertidas.[5]

Sin embargo, nada de eso opaca su formidable legado: Marx develó las razones por las cuales el capital (relación social a través de la cual el objeto producido deviene sujeto y comando sobre el productor) implica la incontrolabilidad de la vida social. Esta escisión antagónica produce y reproduce continuamente el fetichismo y la alienación que se proyectan desde la mercancía y el dinero hasta el Estado. Penetrando más allá de las apariencias, pudo asimismo advertir que la igualdad política de los ciudadanos encubría las desigualdades sustanciales que existen en la sociedad capitalista “pues el poder político es precisamente la expresión oficial de la contradicción de clase dentro de la sociedad civil.” [6] De allí, finalmente, la comprensión de que la emancipación humana implica quebrar esa dominación del capital, revolucionando también el poder político que, disueltos los antiguos lazos de dependencia personal característicos del feudalismo, se construyó (y se recrea permanentemente) sobre la base del antagonismo moderno. La trayectoria que va desde sus escritos juveniles a los trabajos póstumos es inconmensurable, original y en continuo desarrollo. Ello fue así, en gran medida, porque la crítica de Marx fue siempre radical, y ello en un sentido muy preciso que es preciso rescatar:

Es cierto que el arma de la crítica no puede sustituir a la crítica de las armas, que el poder material tiene que derrocarse por el poder material, pero también la teoría se convierte en poder material tan pronto como se apodera de las masas. Y la teoría es capaz de apoderarse de las masas cuando argumenta y demuestra ad hominem, y argumenta y demuestra ad hominem cuando se hace radical. Ser radical, es atacar el problema por la raíz. Y la raíz, para el hombre, es el hombre mismo.[7]

Revolución social, comunismo, auto-transformación


Partidario de la revolución social, Marx asumió la necesidad de la lucha política sin dejar de lado una crítica sustancial de la misma. A la idealización de la política como supuesto terreno de comunicación y realización humana, opuso la sólida convicción de que constituía en realidad una “mala mediación”. No superación, sino mas bien expresión de las limitaciones materialmente ancladas en el antagonismo social que impiden a los hombres manifestarse plenamente como tales.

Desde los tempranos textos que reflejan y expresan su pasaje al comunismo, Marx aporta (¡revolución en la revolución!) un enfoque innovador tanto de la revolución como del comunismo. Lejos de considerarse el profeta de un paradisíaco tiempo futuro, sostuvo que “el comunismo no es un estado que deba implantarse, un ideal al que haya que sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual.”[8] Y en el Manifiesto se repite:

Los comunistas […] No proclaman principios especiales a los que quisieran amoldar al movimiento proletario […] Las tesis teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas o principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador […] No son sino la expresión del conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos.[9]

Basta escribirlo, para advertir que existe un abismo entre esas palabras y la mayor parte de lo dicho y hecho por las grandes fuerzas políticas que actuaron en su nombre durante un siglo y medio. Pese a lo cual (o tal vez precisamente por eso) pienso que es tiempo de retomar la perspectiva comunista postulada no ya como un modelo social impuesto (y fracasado), sino más bien como realidad en devenir.

Por su trascendencia, la cuestión merece un examen detenido. Para Marx (y así debe ser también para nosotros) la revolución es emancipación de los oprimidos, o deja de serlo. Revolución es, por lo tanto, empeñarse en una transformación total: la creación de una nueva sociedad.[10] Porque el mundo del capitalismo nos expropia, nos desvaloriza y tiende a convertirnos en nada, debemos cambiar todo, y nadie puede hacerlo por nosotros. Como Marx y Engels sostuvieron desde 1840, y lo inscribiera en sus Estatutos la Asociación Internacional de los Trabajadores, en los albores del movimiento: “la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase obrera misma”. Pero este principio nos enfrenta con un desafío que parece casi insuperable: debemos generar masivamente la conciencia de que se necesita ese cambio total, realizando para ello y al mismo tiempo dicho cambio… Marx lo “resumió” de una manera tan elocuente como enigmática escribiendo:

que, tanto para engendrar en masa esta conciencia comunista como para llevar adelante la cosa misma, es necesaria una transformación en masa de los hombres, que sólo podrá conseguirse mediante un movimiento práctico, mediante una revolución; y que, por consiguiente, la revolución no sólo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del cieno en que está hundida y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases.[11]



¿Cómo resolver el acertijo? Puede ayudarnos prestar la debida atención al “movimiento histórico que está se está desarrollando ante nuestros ojos”, por cuanto en América Latina se está produciendo una confusa pero vital irrupción de las clases subalternas, animando movimientos y prácticas sociales con una potencia que, mas allá de ambigüedades y contradicciones, contrasta con la continuada y repetitiva descomposición de las políticas “institucionales” (sirvan como ejemplo los discursos de los partidos de “izquierda” y “centroizquierda” en el llamado Foro de San Pablo, o la orientación de los gobierno de Lula, Tabaré o Bachelet…). Y son muchos los movimientos sociales que, chocando con las políticas represivas o clientelares del poder establecido, advierten que “la política está en otra parte”, buscan articular “otra política” y exploran formas de democracia directa a través de las cuales individuos de concretas comunidades deliberan y resuelven de manera colectiva cuestiones atinentes a su vida cotidiana y existencia material… No es correcto idealizar estas diversificadas experiencias y construcciones, como suelen hacer algunas vertientes del “autonomismo”, porque es evidente que en ningún caso han logrado “soluciones” duraderas y tras cualquier conquista parcial los problemas de la explotación y opresión apremian como siempre. Sin embargo, es preciso asumir y reivindicar estos movimientos y luchas por algo que, siendo muy sencillo y aún evidente, muchos izquierdistas dogmáticos y sectarios no pueden entender: estos movimientos sociales no han resuelto los problemas de fondo, pero sí han comenzado a cambiar el terreno y los términos en que dichos problemas se plantean. Su gran importancia reside en que constituyen genuinas aproximaciones a una práctica revolucionaria, y en este sentido preciso podremos ayudar a desarrollarlas asumiendo esta preciosa indicación de Marx: “La coincidencia del cambio de las circunstancias y de la actividad humana o auto-cambio sólo puede ser entendida y racionalmente comprendida como práctica revolucionaria.”[12]



La clave es entender y asumir la práctica revolucionaria. Esto debe prevenirnos contra la aceptación ingenua de “lo dado” (como si el grado de organización y acción en cada momento fueses genuina expresión de los intereses y voluntad de los trabajadores), así como también contra la no menos simplista idea de que todo se resuelve con “la lucha”. Porque si es cierto que todas las luchas son importantes, pero no es menos evidente que por sí mismas no indican un camino, no destruyen el fetichismo y las representaciones socialmente aceptadas bajo las cuales (mal)vivimos. La experiencia histórica nos indica que ni siquiera los momentos de grandes convulsiones y crisis del orden establecido aseguran el pasaje a nuevas prácticas y a otra visión de la sociedad y el mundo, porque estas construcciones sociales no caen del cielo, ni de alguna inspirada consigna. Requieren una esforzada preparación revolucionaria que, bueno es aclararlo, no puede ser aportada ni dirigida “desde afuera”. Citando nuevamente a Jean-Marie Vincent:

las acciones colectivas deben ser, permanentemente, transformadoras de las relaciones en que están insertos los grupos sociales y los individuos explotados. Las acciones colectivas, incluso cuando son defensiva, no deben limitarse a lo inmediato, sino poner en movimiento procesos que apunten a cambiar en profundidad los posicionamientos de unos y otros.

Y se requiere también

una lucha contra la fragmentación de los puntos de vista poniendo en evidencia sus enlaces, una lucha por la totalización de experiencias dispersas, contra las separaciones fetichistas entre política y economía o vida privada y vida pública. Y todo esto debe ser claramente dirigido contra la vida que no vive, contra la vida que no se vive sino es olvidándola, y retomando el tema de cambiar la vida mediante el cambio de las prácticas y mediante la transformación de los individuos y sus relaciones.[13]



Libertad comunista
Pienso que la batalla por el comunismo así asumida es consustancial de una concepción y reivindicación de libertad que desborda el enfoque liberal de la libertad individual contingente y potencia la tendencia de los hombres a liberarse de la necesidad para reapropiarse de una libertad verdadera y socialmente compartible. Y encuentro que semejantes perspectiva y tendencia palpitan en las nuevas formas de organización y lucha que irrumpen “desde abajo y a la izquierda” (el dicho es de los zapatistas) a lo largo y ancho de nuestro continente. Este aspecto del combate adquiere gran importancia por una suma de razones, que van desde la necesidad de enfrentar los ominosos mecanismos de vigilancia y represión que las potencias “democráticas” han puesto en marcha en el marco de la infinita “guerra contra el terrorismo”, el balance enteramente crítico que debe merecernos el carácter opresivo y represivo que tuvieron los regímenes del mal llamado “socialismo real”, así como también, last but not least, el burocratismo autoritario que se ha impuesto y reina en prácticamente todas las grandes organizaciones políticas y sindicales del movimiento obrero.

Debemos retomar y valorar el combate por la libertad. Giuseppe Prestipino, que aborda con profundidad y rigor esta cuestión, recuerda que ya el Manifiesto definía al comunismo como “una asociación en la que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición para el libre desenvolvimiento de todos.” [14] Repasa luego los aportes de marxistas que reconociendo el valor no contingente de algunas “libertades negativas”, privilegiaron muy justificadamente la lucha por una libertad positiva entendida como la libertad común de cada uno y de todos, que incrementa la de todos y cada uno. Y presenta la noción de la libertad comunista en éstos términos: la libertad (de hacer, de tener, de saber, de deliberar) que consigo para mí es mayor si todos la obtienen igualmente e, inversamente, si no oprimo directa o indirectamente a otro, también yo soy mas libre; si el otro no es un sujeto alienado, mayor será también mi dignidad.

El reconocimiento marxiano de la libertad, concebida sobre todo como tendencia o movimiento, tiene diversas facetas o niveles. Libertad, como conciencia y manejo de la necesidad, con la mediación dialéctica del trabajo. Libertad, como conquistada libertad común de los individuos asociados… Y es un progreso teórico y político advertir que la libre voluntad se verifica también y sobre todo en el reconocimiento, no ya de la necesidad, sino de los posibles.[15] Gramsci en particular subrayó que la voluntad política deja de ser un registro de supuestas necesidades unívocas, para convertirse ella misma en uno de los llamados “factores objetivos”, elevándose al nivel de una voluntad capaz de hacer una síntesis entre sí misma y el conjunto de los condicionamientos objetivos. Afirmando que la libertad es la dialéctica de toda la historia humana, pero que en determinado momento histórico se hace también “conciente de serlo”, nos indica que a la dialéctica entre necesidad y libertad se suma una dialéctica superior entre libertad “objetiva” y conciencia “subjetiva” de la libertad.[16]

En suma, la marxiana crítica de las libertades formales no conduce al “liberticidio”, sino a la conjugación de las “libertades menores” en una libertad mayor que es la libertad de contribuir a la construcción de una “voluntad general” capaz de revolucionar el actual ordenamiento social, lo que exige un genuino pluralismo socialista:

la condición elemental para la puesta en practica de de los principios de una transformación socialista […] es la producción de una conciencia de masas socialista como única forma factible del auto desarrollo de la acción en común. Y esta última, claro está, tan sólo puede surgir de los constituyentes verdaderamente autónomos y coordinados (no dominados y manipulados jerárquicamente) de un movimiento inherentemente pluralista.[17]



Ir más allá del capital.



Si queremos hacer la revolución, debemos se capaces de impulsar una práctica revolucionaria incluso bajo relaciones de fuerza desfavorables, y mantener en todo momento presente la perspectiva histórica que explicitada por Marx. El capitalismo como sistema conformado históricamente (y el sistema de metabolismo social del capital, a otro nivel de análisis) se basan en una especie de trípode, cuyos pilares constitutivos son el capital, el trabajo asalariado y el Estado. Ricardo Antunes ha escrito que tanto la teoría como la experiencia histórica que deja la desaparición de la URSS indican que el multiforme enemigo contra el cual se levantan nuestros pueblos “no puede ser superado sin la eliminación del conjunto de los elementos que comprenden este sistema. No basta con eliminar uno o dos de sus polos. El desafío es superar a los tres elementos, entre los que está incluida la división social jerárquica del trabajo, que subordina el trabajo al capital.”[18] En igual sentido, el cubano Guillermo Valdés Gutiérrez no dice que “el reto del socialismo es ir mas allá de la lógica del capital, superar lo que llamamos sistema múltiple de dominación del capital.”[19]

Por otra parte, para lograrlo no basta con una perspectiva histórica, por correcta que sea. Es preciso ayudar a construir desde abajo una alternativa política que vaya más allá del capital, y debemos evitar las formas de organización y acción que, incluso sin quererlo, vuelven a encerrarnos en los marcos de la vieja política, con sus prácticas e instituciones. Formular otra política comienza por advertir que (mas allá de las dispares formas y contenidos que asume en cada uno de nuestros países) existe una profunda “crisis de la política”. Es una crisis de legitimidad articulada con la crisis estructural del capitalismo como modo de reproducción metabólica social que implica también la crisis de sus marcos estatales de regulación y control. Como resultante mas o menos imprevista de esta crisis estructural, de la descomunal ofensiva en que el capital está empeñado desde la “revolución conservadora” de los años ’80 y de las resistencias que la misma despierta, asistimos a un cambio histórico en las condiciones del antagonismo entre capital y trabajo, y a lo que algunos llaman crisis civilizatoria. En Latinoamérica esto se siente con particular agudeza, y empuja a que explotados y oprimidos busquen nuevas y diferentes formas de reivindicar sus intereses vitales. De hecho, por primera vez en la historia se revela imposible mantener una muralla entre reivindicaciones inmediatas y objetivos estratégicos generales (separación que en el pasado facilitó diversas mistificaciones que contribuyeron a bloquear al movimiento obrero tradicional y lo condujeron al callejón sin salida del reformismo). Se coloca en la agenda histórica de “los de abajo” el imperativo impostergable de dar pasos hacia el control de un orden social metabólico alternativo a las contradicciones crecientemente destructivas del capital, lo que implica ir poniendo en pié las mediaciones políticas y materiales que para ello sean necesarias en cada situación concreta.[20]

Transiciones en Latinoamérica
En los diversificadas y complejos procesos de lucha de clases que recorren nuestro continente, debemos prestar particular atención a lo que llamo el ad-venir del socialismo. Quiero decir, recuperar la capacidad de escudriñar la realidad de modo tal que nos permita contribuir a que, “en la lucha contra el actual estado de cosas” se afirmen elementos, bases o puntos de apoyo de una socialidad distinta… Esto constituye un punto de referencia decisivo: no tanto lo que estaría por-venir en algún indeterminado momento futuro, sino lo que ya está ocurriendo, lo que hoy mismo está incorporándose a la realidad con las luchas y reclamos de la gente. Pensar en el ad-venir del socialismo enriquece la perspectiva y la concepción misma de transición adquiere nuevas dimensiones, en relación con la tarea de pensar y explorar formas de lucha y de organización, maneras de producir y de establecer relaciones sociales radicalmente distintas para enfrentar la crisis en su doble dimensión de crisis estructural del capital y crisis civilizatoria.

Lo que ha venido ocurriendo en Venezuela es muy ilustrativo y, como escribe Miguel Mazzeo

La Revolución Bolivariana nos convoca a pensar-actuar en términos de transición, costumbre que había caído en desuso, categoría de arriesgada frecuentación. El pasaje de la necesidad a la libertad no se puede concebir como un acto único, abrupto y unidireccional. Existen mediaciones. Y existen porque el proceso de construcción del socialismo no se desarrolla en el vacío, sino en el marco de una determinada realidad histórica. La conciencia de amplios sectores que están protagonizando la revolución es auspiciosa: se ven a sí mismos transitando los primeros tramos de un proceso de construcción contra hegemónica.

La transición venezolana tuvo, tiene y tendrá brillos y opacidades. Jamás podrá ser lineal e incontaminada, dado que se trata, nada mas y nada menos, de salir del capitalismo, de su cultura totalizante, de sus lógicas que combinan la explotación, la dominación y la reproducción. Se trata de construir una visión latinoamericana del socialismo y un nuevo paradigma emancipador.[21]

Se podrá replicar que nada de eso se parece a la Revolución de de Octubre de 1917, ni a la Revolución China, ni a la Cubana; se dirá que no existen ni Partido Bolchevique, ni Ejército Popular de Liberación, ni Comandancia Guerrillera... Es cierto, y sin embargo, allí está la revolución: casi diría que no parecerse a las anteriores no representa una carencia sino una confirmación adicional de su potencialidad. Después de todo, fue Marx quien nos previno que, lejos de sujetarse a cualquier “modelo” las revoluciones proletarias

se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos.[22]

Por lo tanto, debemos estar dispuestos a reformular nuestras hipótesis estratégicas. Sobre esta cuestión, conviene comenzar con una doble delimitación. Discrepo con quienes insisten en llamados (de manera abstracta e intemporal, por añadidura) a “la toma del poder”, porque teórica y prácticamente se ha puesto en evidencia que ni “el poder” ni “el Estado” pueden ser tratados como una cosa u aparato que deberíamos arrebatar a la burguesía y poner a funcionar para la revolución. Tampoco coincido con la formulación de “cambiar el mundo sin tomar el poder”, porque deja de lado las mediaciones necesarias para enlazar la idea de la revolución con las exigencias de un combate efectivo contra el capital y su Estado y porque se desentiende de la batalla por construir la fuerza o bloque social contrahegemónico con el poder de cambiar el mundo.

Personalmente, me considero tributario de la rica tradición teórico-política del “consejismo” en su más amplio sentido[23] y de las “lecciones” derivadas de una extensa experiencia latinoamericana.[24] Pero precisamente porque valoro todo ello, siento que insistir en la idea mas o menos clásica del “doble poder”[25] tiene limitada utilidad. A la luz de la situación, experiencia y conciencia actual del movimiento obrero, es muy poco creíble la perspectiva cultivada por pequeñas organizaciones que privilegian su fortalecimiento por encima de cualquier otra construcción, suponiendo que, llegado el momento, la crisis hará que broten organismos de tipo soviético listos para que “la dirección revolucionaria” los conduzca en el asalto al poder. Por otra parte, incluso si admitiéramos que por alguna imprevisible combinación de circunstancias se concretara tan improbable hipótesis, cabe preguntarse: ¿semejante “poder” tendría realmente la capacidad de impulsar la reconstrucción radical de la sociedad? Creo que la respuesta debe ser negativa. Y digo que debemos apostar y aportar, en cambio, a un proyecto que articule utopía y realismo de un modo original: un realismo a largo plazo, que nos prepare estratégicamente para librar una batalla de muy largo aliento, hasta forzar un cambio general en la correlación de fuerzas que permita infligirle derrotas decisivas al capitalismo imperialista. Y una utopía “corta” que nos permita “soñar con los ojos abiertos” al afrontar las tareas inmediatas, asumiéndolas con espíritu insumiso y buscando en cada fisura o grieta del sistema, tal y como ya se dijo, ir mas allá del capital.[26]



Esto implica, por ejemplo, contribuir desde ahora la tarea de construir contra-poderes o instancias de poder popular, organismos de carácter unitario capaces de impulsar a nivel local o sectorial prácticas alternativas tendencialmente en ruptura con las mediaciones del mercado y el Estado, que se empeñen en articular las diversas organizaciones con actuación en un mismo territorio y busquen coordinarse con otros similares hasta desarrollar una auto-organización nacional, eventualmente capaz de enfrentar la autoridad del Estado. Obviamente, se tratará de un complejo proceso jalonado por enfrentamientos, progresos y derrotas cuyo detalle es imposible prever anticipadamente. La apuesta reside en que la construcción de estas expresiones de poder popular (u obrero-popular), que adquirirán seguramente formas organizativas y denominaciones diversas y cambiantes, permita asumir y dar relativa estabilidad a experiencias que apunten a la reapropiación comunitaria de las condiciones de existencia y praxis social, a escala creciente, en un movimiento que será también afirmarse como fuerza social y política con un poder que nace de la reapropiación y gestión democrática de diversos engranajes de la vida social (emprendimientos productivos, cooperativas, gestión de determinados servicios públicos, experiencias de control y autogestión revolucionaria, asociaciones culturales, etcétera). Así concebida, una hipótesis estratégica de construcción de poder popular podrá enlazar, en un mismo proceso: a) el empeño por contrarrestar la actual disgregación y heterogeneidad de la-clase-que-vive-de su-trabajo, asumiendo un combate social-político que desborde todo “corporativismo”, b) el desarrollo de una subjetividad revolucionaria y c) la construcción de organizaciones populares autónomas capaces de ganar reconocimiento y fuerza. Esta fuerza del poder popular podrá tener diversas formas y manifestaciones, pero en todos los casos surgirá de la creación de nuevos lazos sociales entre los oprimidos y explotados, al resistir juntos las presiones del capital y desplegar comunicaciones ajenas a los dictados del el mercado y la lógica de la valoración.



Esta orientación permitiría también enlazar el trabajo paciente apuntado a cambiar una desfavorable relación de fuerzas entre las clases, con la audaz afirmación de la actualidad de la revolución y el impulso de lo que he denominado ad-venir del socialismo. Como bien escribe Valdez Gutiérrez: “De los pequeños, continuos y diversos saltos que demos hoy en nuestras luchas cotidianas y visiones de sociedad, emergerá el salto cultural-civilizatorio que nos coloque en esa deseada perspectiva histórica que rescatará y dignificará al socialismo en este siglo.”[27]

Diré para terminar, con José Carlos Mariátegui: “No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano”. Sin olvidar, como el mismo Amauta nunca lo olvidó, que no podremos hacerlo solos. La empresa es internacional e internacionalista.



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· Una primer versión de estas reflexiones, enviadas como aporte a la discusión organizada los días 9 y 10 de diciembre de 2006 en París por las revistas Carré rouge, A Contre-Courant, L’Emancipation Sociale y  l’Encontre, fue publicada en Nuevo Rumbo nº 22. Considerablemente modificado, el presente artículo sigue siendo un material de trabajo más que la exposición de posiciones acabadas. Agradeceré comentarios y observaciones: aromero@herramienta.com.ar

·· Integrante del Consejo de redacción de Herramienta y miembro de del colectivo Cimientos.

[1] Categorías de René Zavaleta, tomadas de José Gandarilla: Globalización, totalidad e historia. Ensayos de interpretación crítica, Buenos Aires, Ediciones Herramienta-UNAM, 2003, pág. 88.

[2] Ver “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina” de Aníbal Quijano, en Edgardo Lander (compilador): La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociale. Perspectivas latinoamericanas. Buenos aires, CLACSO, 2000.

[3] Jean-Marie Vincent: Un Autre Marx. Après les marxismes, Lausana, Ed. Page deux, 2001, págs. 98 y 100.

[4] Enrique Dussel: La producción teórica del Marx. Un comentario a los Grundrisse; Hacia un Marx desconocido. Un comentario de los Manuscritos del 61-63; El último Marx(1863-1882) y la Liberación Latinoamericana, México, Siglo XXI editores, 1985, 1988, 1990.

[5] Vayan dos ejemplos: István Mészáros advierte la carencia de una teoría de la transición y para suplirla escribe
Más allá del Capital. Hacia una teoría de la transición, Valencia-Caracas, Vadell ed., 2001; Alain Bihr, en La reproduction du capital (2 tomos), Lausana, Ed. Page deux, 2001, se propone profundizar la crítica de la reproducción del capital como relación social y las mediaciones “extraeconómicas” que ella implica .

[6] Carlos Marx: Miseria de la filosofía, Buenos Aires, Ed. Cartago, 1987, pág. 137.

[7] Carlos Marx, “En torno a la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, y otros ensayos” en C. Marx -F. Engels: La sagrada familia, México, Ed. Grijalbo, 1984, pág. 10.

[8] Ídem, pág. 37.

[9] C. Marx y F. Engels: Manifiesto Comunista, Buenos Aires, Ed. Pluma, 1974, págs. 79 y 80.

[10] Ver Marx, Miseria de la Filosofía, Buenos Aires, Ed. Cartago, 1987, pág. 137.

[11] C. Marx y F. Engels, La ideología alemana, Buenos Aires, Ed. Pueblos Unidos, 1975, pág. 82.

[12] La cita corresponde a la tercera de las “Tesis sobre Feuerbach”. Georges Labica destaca la importancia de la palabra “auto-cambio” [Selbstveränderung], que fuera omitida en la versión corregida por Engels, y explica: “El cambio es auto-cambio. La práctica revolucionaria lo evidencia, porque es su realización […] La auto transformación es el proceso ininterrumpido de la revolución, siempre operativo en la práctica […] Acá está el origen de la idea de auto-emancipación del proletariado.” (en: Karl Marx. Les Thèses sur Feuerbach, París, PUF, 1987, págs. 55-65).

[13] Jean-Marie Vincent, Revista Viento Sur Nº 78, diciembre 2004, www.vientosur.info

[14] Giuseppe Prestipino, Realismo e Utopia, Roma, Ed. Riuniti, 2002, pág. 91.

[15] Ob. cit. Especialmente “Discorrendo de comunismo e libertá”.

[16] Antonio Gramsci: Cuadernos de la cárcel, México, ERA-Univ. de Puebla, 6 tomos 1981-1999, Vol. 4, pág. 130.

[17] István Mészáros: Más allá…ob. cit., pág. 799.

[18] Ricardo Antunes: Los sentidos del trabajo, Buenos Aires, Ed. Herramienta-TEL, 2005, pág. 203.

[19] Guillermo Valdez Gutiérrez: “Desafíos de la sociedad Más allá del capital”, Revista cubana de filosofía. Edición digital Nº 7, septiembre-diciembre 2006, http://www.filosofiacuba.org

[20] István Mészáros: El Siglo XXI ¿Socialismo o Barbarie?, Buenos Aires, Ed. Herramienta, 2003, págs. 90/92.

[21] Miguel Mazzeo: “La revolución bolivariana y el poder popular”, en Nora Ciapponi, Guillermo Cieza y otros: Venezuela ¿la revolución por otros medios?, Buenos Aires, Dialektik Ed., 2006, pág. 51.

[22] Carlos Marx, El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, Buenos Aires, Ed. Polémica, 1972, pág. 20.

[23] Incluyo en esta “tradición” tanto a la experiencia “soviética” teorizada por Lenin y Trotsky, como a sus críticos “izquierdistas” –Luxemburgo, Korsch, Mattik…- y al original enfoque de Gramsci.

[24] Algunos ejemplos: los “Cordones Industriales” en Chile, en Bolivia la COB y sus milicias o posteriormente la CSUTCB y su control territorial. Y en la Argentina, desde los “Plenarios con barra de las 62” y Huelgas generales en tiempos de la resistencia peronista, a las “ocupaciones” o “toma de fábricas con rehenes” durante la década del 60 y los desarrollos que con la marca del “clasismo” culminaron en las “Coordinadoras” de 1975.

[25] Entendida como situación excepcional, limitada al momento de crisis revolucionaria y que muy rápidamente debe resolverse en el pleno restablecimiento del poder burgués o la victoria político-militar del “soviet”.

[26] El párrafo retoma una formulación de Edgardo Logiudice, inspirada a su vez en algún pasaje del ya citado libro de Prestipino... Pero se trata de una “libre interpretación” de la que soy único responsable.

[27] Gilberto Valdez Gutiérrez, ob. cit.

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