Pensamiento y praxis para construir el socialismo en América Latina

lunes, 14 de abril de 2008

ODIO A LOS INDIFERENTES

Antonio Gramsci · · · · ·
29/04/07
Hace ahora 70 años, el 27 de abril de 1937, moría Antonio
Gramsci en un hospital penitenciario, apenas 6 días después de
haber recobrado formalmente la libertad, tras cumplir, en
situación penosísima, más de 10 años de cárcel de los más de 20 a
que le condenó un tribunal mussoliniano. Acaso sea Gramsci hoy,
junto con Walter Benjamin, el clásico del socialismo marxista más
grotesca e ignaramente manipulado por unas “humanidades”
académicas franco-norteamericanas olvidadizas de la historia del
movimiento obrero europeo. Para conmemorar su muerte -dada a
conocer al mundo por las emisoras de radio de la Barcelona
revolucionaria- hemos elegido un característico textito suyo de
juventud (publicado por vez primera el 11 de febrero de 1917 e
inédito en castellano) que, entre varias otras, tiene la virtud de no
ser fácilmente pasible de manoseo pseudoacadémico.
Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien
verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia
y la abulia son parasitismo, son bellaquería, no vida. Por eso odio a los indiferentes.

La indiferencia es el peso muerto de la historia. La indiferencia opera potentemente
en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad; aquello con que no
se puede contar. Tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Es la
materia bruta desbaratadora de la inteligencia. Lo que sucede, el mal que se abate
sobre todos, acontece porque la masa de los hombres abdica de su voluntad,
permite la promulgación de leyes, que sólo la revuelta podrá derogar; consiente el
acceso al poder de hombres, que sólo un amotinamiento conseguirá luego derrocar.
La masa ignora por despreocupación; y entonces parece cosa de la fatalidad que
todo y a todos atropella: al que consiente, lo mismo que al que disiente, al que
sabía, lo mismo que al que no sabía, al activo, lo mismo que al indiferente. Algunos
lloriquean piadosamente, otros blasfeman obscenamente, pero nadie o muy pocos
se preguntan: ¿si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, habría pasado lo que
ha pasado?
Odio a los indiferentes también por esto: porque me fastidia su lloriqueo de eternos
inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la
vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no
han hecho. Y me siento en el derecho de ser inexorable y en la obligación de no
derrochar mi piedad, de no compartir con ellos mis lágrimas.
Soy partidista, estoy vivo, siento ya en la consciencia de los de mi parte el pulso de
la actividad de la ciudad futura que los de mi parte están construyendo. Y en ella, la
cadena social no gravita sobre unos pocos; nada de cuanto en ella sucede es por
acaso, ni producto de la fatalidad, sino obra inteligente de los ciudadanos. Nadie en
ella está mirando desde la ventana el sacrificio y la sangría de los pocos. Vivo, soy
partidista. Por eso odio a quien no toma partido, odio a los indiferentes.
Traducción para www.sinpermiso.info: Antoni Domènech.

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