Pensamiento y praxis para construir el socialismo en América Latina

martes, 15 de abril de 2008

POLITICA Y CULTURA

POLÍTICA Y CULTURA EN ANTONIO GRAMSCI


Dra. Orietta Caponi

Introducción

Consideramos indispensable indagar y precisar algunos elementos de la teoría política de Antonio Gramsci, respecto al papel que desempeñan la cultura, la educación y los intelectuales en un proceso revolucionario, ya que los consideramos importantes para la profundización y el afianzamiento de la revolución bolivariana.

En la segunda década del siglo XX, Gramsci elabora una teoría sobre la función revolucionaria de la cultura y sobre la relación intrínseca entre cultura y política. Gramsci insiste en la necesidad de conectar toda actividad educativa y cultural con la acción política y viceversa, para lograr la transformación de la realidad. La cultura, para él, es un factor fundamental que incide directamente en el desarrollo de la conciencia, en cuanto es una actividad que está recíprocamente conectada con la creatividad y la práctica política de los individuos. A través de toda la obra de Gramsci encontramos la valoración de lo cultural como uno de los elementos fundamentales del proceso de dominio cotidiano, que recurre a la fuerza represiva sólo cuando necesario.

Antonio Gramsci deploró y se opuso con vehemencia a la visión mecanicista, “positivista” y determinista de los principales representantes de la Segunda Internacional y, en contraposición, defendió el aspecto subjetivo de la teoría marxista. En efecto, para él todo cambio revolucionario necesita un cambio de conciencia que el pueblo debe lograr desde su propio seno y no serle impuesto desde afuera, es decir, el pueblo debe alcanzar una transformación endógena de su forma de pensar y actuar para lograr la transformación de su sociedad.

Aquilatar hoy en día los aportes de Gramsci al pensamiento revolucionario es de suma importancia e interés para la discusión sobre el socialismo del siglo XXI, para buscar respuestas a los constantes desafíos de la dominación capitalista y para calibrar la importancia de la cultura en el proceso de la revolución bolivariana.

El trabajo de Gramsci nos permite analizar la relación dialéctica entre la espontaneidad rebelde del pueblo y la necesidad de un liderazgo orgánico. Desde sus primeros escritos hasta sus reflexiones maduras, en los Cuadernos de la cárcel, la preocupación central de Gramsci fue elaborar una teoría que estableciera la importancia de la presencia de los intelectuales en los procesos revolucionarios, pero sin dejar de advertir sobre la necesidad de evitar la formación en la sociedad post-revolucionaria de una nueva clase intelectual dominante y elitesca. Al mismo tiempo, la teoría gramsciana de la hegemonía es esencial para todo proyecto de análisis político revolucionario, en cuanto estudia la ideología como instrumento de dominación de la clase dominante, la cual mantiene su poder no sólo a través de la fuerza económica y la represión, sino también a través del consenso de los grupos dominados, que aceptan y hacen propios los valores sociales, culturales y morales de sus dominadores. El estudio de esta dimensión ideológica es imperativo para entender los mecanismos y las razones de la supervivencia del sistema capitalista y para desarrollar la estrategia de su superación.

La teoría de Gramsci sobre el papel del partido como “intelectual colectivo” y su relación democrática con las masas, como base fundamental de un estado socialista, es indispensable para la elaboración de una alternativa revolucionaria, humanista y democrática. Sus escritos profundizan el conocimiento acerca de las relaciones de poder, subrayando la importancia de la hegemonía ideológica y cultural para el fortalecimiento del poder político y analizan los nexos y vínculos entre los individuos, grupos y clases sociales con el Estado.

La nueva cultura

Gramsci considera que sólo a través de la educación y la cultura, el pueblo puede realizar la unión de teoría y praxis, expresar la “voluntad colectiva” y presentar una alternativa viable frente a la dominación cultural de la oligarquía. Desde sus escritos tempranos, una de las preocupaciones centrales de Gramsci es el análisis del significado y papel de la cultura en el movimiento revolucionario. Este estudio se transforma y profundiza luego, en sus reflexiones maduras, en el análisis del papel de los intelectuales en los procesos transformadores.

Gramsci considera que “cultura” es un concepto muy complejo, por lo tanto, trata de clarificarlo y desarrollarlo durante toda su obra. El concepto ya desplegado abarca toda creación humana, artística o ideológica, y también las habilidades y capacidades técnicas. Cultura es el sistema a través del cual las personas se comprenden a sí mismas y a los demás, es la construcción de una cosmovisión. Cultura es la totalidad de las ideas, tradiciones y creencias que constituyen el marco ideológico de una sociedad.

Según Gramsci, ideología, en su sentido positivo, es la interpretación de la realidad a través de la cual el pueblo adquiere conciencia de las contradicciones económicas de la sociedad capitalista y de la necesidad de su superación. Por lo tanto, el interés de Gramsci por la cultura es precisamente el interés por el componente ideológico indispensable en todo proyecto emancipador.

En un artículo del 29 de enero de 1916, titulado “Socialismo y Cultura”, Gramsci afirma que desde el punto de vista socialista la cultura no puede ser conocimiento enciclopédico que considera a las personas como simples receptáculos a ser llenados de datos empíricos,

La cultura es algo muy diferente. Es organización, disciplina del yo interior, apoderamiento de la propia personalidad, conquista de una conciencia superior por la cual se llega a comprender el valor histórico que uno tiene, su función en la vida, sus derechos y sus deberes.[i][1]

El proceso para alcanzar esta conciencia superior no ocurre en el ser humano por evolución espontánea, por el contrario, dado que es una criatura histórica, obtiene conciencia gradualmente a través de la reflexión inteligente y es precisamente por medio de la penetración cultural que puede transformar la sociedad.

Dado que los hombres y las mujeres no son objetos sino sujetos del proceso histórico, es necesario que adquieran conciencia de si mismos y de su situación histórica. La cultura es vista por Gramsci como el medio por el cual los individuos adquieren conciencia de si mismos a través de la comprensión de su papel en la sociedad y de sus relaciones con los demás, es la adquisición de conciencia a través del análisis crítico de las condiciones existentes. La cultura es sobre todo conocimiento de la historia como estudio continuo de los eventos pasados a la luz de las necesidades presentes. En efecto, afirma:

Es a través de la crítica a la civilización capitalista que la conciencia unificada del proletariado se formó o todavía se está formando, y la crítica implica cultura, no simplemente una evolución espontánea y natural.[ii][2]

Según Gramsci, toda revolución tiene que estar acompañada por un movimiento cultural que implica la adquisición de nuevas ideas y la crítica a las condiciones existentes. Sin embargo, debe quedar claro que la función revolucionaria de la cultura sólo es posible si la educación es de corte antipositivista y antideterminista. En efecto, Gramsci dice que la escuela debe ser “una escuela de libertad y libre iniciativa, no una escuela de esclavitud y precisión mecánica”[iii][3]

Los socialistas de la Segunda Internacional tenían una visión mística de la ciencia que presentaba la historia humana como dependiente de leyes naturales que los seres humanos no podían controlar. Frente a esta visión, Gramsci declara que sólo comprendiendo los límites de la ciencia es posible definir el significado y el objetivo de la cultura en el movimiento socialista. Según él, la pretensión seudo científica de los socialistas de la Segunda Internacional, con su burda concepción materialista de la transición inevitable del capitalismo al socialismo, sólo puede conducir al quietismo y a la pasividad política. Por esta razón, la crítica gramsciana está dirigida en contra de aquellos que pretenden explicar los cambios históricos a través de un sistema formal de leyes causales que excluye la dimensión subjetiva. Esto no significa caer en la tendencia opuesta de sobrevalorar el componente espiritual de la existencia humana. Tanto el materialismo como el idealismo son incapaces de entender la relación dialéctica entre sujeto y objeto, entre pensamiento y acción. En efecto, mientras el primero subordina los seres humanos a la necesidad extrínseca de las condiciones materiales, el segundo enfatiza el lado espiritual de la naturaleza humana sin tomar en consideración la realidad histórica concreta.

Lo que Gramsci busca es evitar la contraposición entre las condiciones materiales y la conciencia, la estructura económica y la superstructura ideológica, en cuanto considera que el movimiento histórico es el resultado de la interrelación dialéctica entre las bases materiales y la actividad humana consciente. Por esta razón, una revolución no puede ser sólo transformación de las condiciones económicas, sino que también necesariamente debe producir cambios culturales y morales. Como dice Gramsci:

Es necesario que el hecho revolucionario demuestre ser, además de fenómeno de poder, fenómeno de costumbres, hecho moral[iv][4]


La conquista de la realidad económica es sólo en apariencia nuestro único objetivo: a través de ella nosotros preparamos la vía para el hombre completo, libre, y la nueva vida moral queremos se extienda al mayor número posible de individuos. [v][5]

La cultura y los Consejos de fábrica

El análisis del concepto de cultura y de su función revolucionaria es profundizado por Gramsci, en los años 1919 y 1920, a través de las páginas del “L’Ordine Nuevo”, un periódico dedicado al objetivo revolucionario de desarrollar los “Consejos de Fábrica”, instituciones para el autogobierno proletario y medios para el desarrollo de la nueva cultura integral, en cuanto elaboración teórica de la actividad práctica cotidiana de los trabajadores en las fábricas. Los artículos de este período muestran que para Gramsci la acción política está siempre relacionada con la acción cultural, en efecto, considera que los Consejos de Fábrica son órganos de la democracia obrera y vehículos para la educación política y la organización de base.
Los consejos de fábrica son medios para dirigir la acción revolucionaria, en cuanto preparan los trabajadores técnica, política y culturalmente para la transformación y representan una nueva era de la humanidad en cuanto centros educativos para el pueblo. Son los portadores de una nueva idea de cultura: cultura como desarrollo de la conciencia del pueblo fundamentada en sus raíces históricas y nacionales.

Es interesante a la luz de las necesidades de nuestra revolución bolivariana, analizar la metodología de enseñanza-aprendizaje que Gramsci implementa en el proceso educativo de los consejos de fábrica: el método socrático, es decir, no imponer datos históricos y destrezas técnicas desde afuera, sino enfocar la formación hacia la construcción de la autoconciencia, que significa traer a la luz el potencial revolucionario que existe en el pueblo. Al mismo tiempo, Gramsci reivindica la importancia de la interrelación constante de educación y trabajo para llevar adelante la transformación cultural y moral.

Según Gramsci, los consejos son instituciones capaces de preservar la espontaneidad del pueblo y, al mismo tiempo, permitir su participación en la toma de decisiones para que se transforme en el “individuo colectivo” de la futura sociedad socialista. Los consejos son formas de organización popular y es sólo a través de la organización que el movimiento insurreccional espontáneo puede ser transformado en fuerza revolucionaria consciente. Los consejos de fábrica son centros educacionales porque la vida práctica del trabajo crea en los trabajadores conciencia de si mismos como inseparables de sus compañeros de trabajo; la relación cotidiana entre estudio y trabajo va conformando una cultura diferente, opuesta a la cultura de sumisión y consenso pasivo impuesta por la oligarquía.

Más adelante, debido a una serie de reveses y derrotas de las luchas obreras en la Italia de esos años, Gramsci concentra sus esfuerzos en el desarrollo de la idea del partido político como vanguardia necesaria en la lucha revolucionaria, sin nunca abandonar su fe en la importancia de los consejos de fábrica para la revolución, pero englobando en la organización partidista, vista como “Intelectual Colectivo”, el principio fundamental de la teoría de los consejos de fábrica, es decir, la idea de la construcción de una nueva cultura integral, basada en la unidad de teoría y praxis. La idea central de la obra gramsciana sigue siendo la necesidad de la preparación ideológica del pueblo. La rápida difusión y el éxito de las ideas fascistas, durante la postguerra, convenció cada vez más a Gramsci que la batalla de las ideas era la más importante para alcanzar y mantener el poder.

La preparación ideológica de las masas es una necesidad de la lucha revolucionaria, y una de las condiciones indispensables para la victoria[vi][6]

La cultura y los intelectuales

En cada momento histórico, la clase dominante, que posee el poder económico a nivel estructural, asegura su primado a nivel superestructural gracias a la difusión de sus ideas y sus principios, asentando de este modo su hegemonía sobre el conjunto del bloque social. Gramsci desarrolla el concepto de bloque histórico, como el complejo social, determinado por una situación histórica dada, constituido por la unidad orgánica entre la estructura, que es la base real de la sociedad, la cual incluye las fuerzas de producción y las relaciones sociales de producción, y la superestructura, es decir, el dominio ideológico cultural, constituido por las instituciones, sistemas de ideas, doctrinas y creencias de una sociedad. Ambos elementos se hallan en una relación de reciprocidad e interdependencia.

El poder de las clases dominantes sobre todas las otras clases, en el sistema capitalista, no está dado simplemente a través del control de los aparatos represivos del Estado, sino que dicho poder está dado fundamentalmente por la "hegemonía" cultural que las clases dominantes logran ejercer sobre las clases sometidas, a través del control del sistema educativo, de las instituciones religiosas y de los medios de comunicación. A través de ellos, las clases dominantes "educan" a los dominados, difundiendo una visión política, una cultura y un sistema de ideologías que impiden que los intereses contrapuestos exploten, creando una falsa ilusión de consenso.

Según la teoría gramsciana, un grupo establece su hegemonía (domina y dirige) en la sociedad no sólo con el ejercicio del poder económico y estatal sino también a través del control intelectual y moral sobre las instituciones educacionales, culturales, religiosas, comunicacionales y administrativas de la sociedad civil. Tener poder político hace que un grupo sea dominante, pero para ser dirigente es necesario también que posea el poder cultural, es decir, el poder social e ideológico. Por esta razón, una revolución no puede ser sólo toma del aparato estatal y transformación de las condiciones económicas, sino que también necesariamente debe producir cambios culturales y morales.



Como ya lo señalábamos, la clase dominante ejerce el poder no sólo a través de la coacción sino difundiendo, gracias a sus intelectuales, su visión del mundo, su filosofía, su moral y sus costumbres entre los grupos dominados que terminan, de manera conformista, aceptando el sentido común de sus dominadores. Gramsci afirma que toda revolución tiene que estar necesariamente acompañada por un movimiento cultural que implica la adquisición de nuevas ideas y la crítica a las condiciones existentes. Si los grupos que han sido históricamente dominados logran llegar al poder, es necesario que construyan una cultura alternativa liberadora que les permita gobernar a través del consenso legítimo, por lo tanto, toda revolución debe necesariamente ser un hecho cultural.

La crisis de hegemonía se manifiesta cuando, aún manteniendo el poder, la clase social políticamente dominante ya no logra ser dirigente en cuanto no es capaz de resolver los problemas de toda la colectividad y de imponer a toda la sociedad su propia concepción del mundo. En esta situación de crisis, si una de las clases sociales subalternas logra presentar soluciones concretas a los problemas dejados irresueltos y logra posicionar su visión del mundo entre otros grupos sociales, se vuelve dirigente impulsando la creación de un nuevo bloque histórico.

La hegemonía es, por lo tanto, el ejercicio del dominio político junto a las funciones de dirección intelectual y moral. El problema, según Gramsci, está en analizar cómo puede el proletariado o en general una clase subalterna, volverse clase hegemónica. Las clases – subproletariado, proletariado urbano, rural y también la pequeña burguesía – cuando están en situación subalterna viven una ilusión de unidad, en cuanto pueden estar realmente unificadas sólo cuando logran dirigir el Estado, de otra forma su unión es continuamente despedazada por los grupos dominantes, a través de las instituciones educativas, religiosas y comunicacionales de la sociedad civil que difunden la cosmovisión de estos grupos.

Gramsci advierte que debido a que el pueblo ha estado sometido diariamente a la ideología de la oligarquía, es imposible pensar que una nueva cultura, una nueva visión del mundo, surja de manera espontánea. Se necesita un arduo trabajo de organización y esto sólo es posible a través de una nueva relación entre intelectuales y pueblo. Al llegar al poder un nuevo grupo político debe crear sus propios intelectuales orgánicos, para no sólo ser dominante sino también dirigente, es decir hegemónico.

Gramsci analiza en profundidad la función organizacional y conectiva que cumplen los intelectuales entre la base económica material y el sustrato ideológico, que son los elementos fundamentales de un determinado bloque histórico, en cuyo seno se desarrolla y establece la hegemonía del grupo dominante. Para Gramsci

Los intelectuales son los “empleados” del grupo dominante para el ejercicio de las funciones subalternas de la hegemonía social y del gobierno político.[vii][7]


Cada grupo social tiene sus propios intelectuales orgánicos que son los que le dan unidad y conciencia de su función en el campo económico, social y político. En la batalla ideológica que los grupos subalternos deben librar para la instalación de un nuevo sentido común, de una nueva cultura nacional-popular, el papel principal es para aquellos cuadros (intelectuales orgánicos) capaces de surgir de lo profundo del pueblo y permanecer en contacto permanente con él.

Los intelectuales orgánicos tienen la tarea de homogeneizar la concepción del mundo del grupo social al que están orgánicamente ligados, es decir, lograr la correspondencia entre la función social objetiva de esa clase, en una determinada situación histórica y su concepción del mundo, expurgando de ella toda ideología que deforma su conciencia y que más bien corresponde a otros grupos sociales. La función de los intelectuales orgánicos es precisamente preservar, frente al ataque de ideas e intereses de la clase dominante, la unidad ideológica del grupo social al cual están ligados.

La oligarquía capitalista ha venido afirmando su hegemonía, es decir ha logrado la gobernabilidad por medio de sus intelectuales que han organizado y difundido sus valores en la sociedad civil, logrando el consenso aún de aquellos grupos cuyos intereses económicos, sociales y culturales no son compatibles con los intereses de la oligarquía.

Los nuevos grupos sociales que tienen como meta la construcción de una sociedad socialista deben desarrollar su propio grupo de intelectuales orgánicos que permita la creación de un nuevo bloque intelectual-moral que haga políticamente posible el progreso intelectual de las bases y no sólo de pequeños grupos elitescos.

Según Gramsci, el nuevo intelectual revolucionario debe emerger del pueblo y junto al pueblo elaborar la nueva concepción socialista como parte de la lucha concreta por superar el sistema capitalista. Los intelectuales orgánicos de la revolución deben sentir las pasiones y necesidades del pueblo y compartir sus aspiraciones. La falta de esta conexión ‘sentimental’ entre intelectuales y pueblo llevaría al establecimiento de una nueva ‘casta’ de intelectuales que tendría sólo una relación formal y burocrática con el pueblo.

La tarea del intelectual revolucionario es ayudar al pueblo a liberarse de la cultura y de los valores impuestos por la oligarquía y tomar conciencia de su función en la sociedad y de su potencial revolucionario, ya que una masa humana…no se independiza en su sentido más amplio, sin organizarse; y no hay organización sin intelectuales…Precisamente por su función organizativa, los intelectuales deben ser miembros activos del Partido revolucionario, que es el organismo que permite crear una nueva voluntad colectiva. El Partido es, según la teoría política gramsciana, el lugar fundamental para la formación de los intelectuales orgánicos revolucionarios y, por lo tanto, para la difusión de la nueva hegemonía, es decir, de la nueva cultura, de los nuevos valores, de la nueva ideología. El Partido es la institución fundamental que tienen los revolucionarios para lograr el control hegemónico de la sociedad civil.

El establecimiento de esta ‘hegemonía civil’ es esencial para el éxito y la sobrevivencia de la clase revolucionaria como nueva clase dirigente y, por tanto, la tarea del Partido es desarrollar y consolidar esta hegemonía, para que los diferentes grupos de la sociedad acepten la visión social, la política y los valores morales de la clase revolucionaria. En el proceso de conquista de la hegemonía, que es un proceso largo y lento, el papel de los intelectuales como miembros activos del Partido Revolucionario es prioritario, ya que la conquista y mantenimiento de la hegemonía civil es fundamentalmente un problema educacional. El éxito de este proceso educativo estará definido por la formación de una nueva voluntad colectiva nacional.

En este momento en que los revolucionarios venezolanos estamos construyendo un nuevo partido unitario, es sumamente importante analizar la concepción gramsciana de partido como “Intelectual colectivo”, es decir, como educador. Para construir la nueva sociedad socialista, que es el establecimiento de la democracia efectiva basada en la justicia social, es indispensable que el partido que coadyuve a esta construcción sea un partido profundamente democrático.

Según Gramsci, en el Partido la democracia debe ser concreta e incluyente, basada en un proceso de debates y discusiones que asegure la elevación continua del nivel intelectual, moral y político de sus miembros, sólo así la organización no se limitará a ser una estructura de distribución de poder y adquirirá su verdadera función educacional y emancipatoria. Esta idea está directamente ligada a la definición gramsciana de disciplina como relación permanente entre gobernantes y gobernados para el establecimiento de una voluntad colectiva. Según Gramsci,

Disciplina no puede ser aceptación pasiva y servil de órdenes...ejecución mecánica de un comando...sino...comprensión consciente y lúcida del fin a realizar[viii][8].

Dentro de la concepción gramsciana, la disciplina es un elemento necesario del orden democrático que no va en contra de la personalidad ni de la libertad individual, siempre y cuando el origen de esta disciplina sea un liderazgo basado en el reconocimiento de la mayor habilidad, competencia y conocimientos de las personas que ejercen la autoridad. De esta forma la disciplina se transforma en disciplina consciente y responsable que es la única que puede generar libertad universal, es decir, expresión individual de la libertad colectiva. Al mismo tiempo, las personas que circunstancialmente ejercen la autoridad no deben cristalizarse en el cargo sino cumplir una amplia función educacional que permita preparar una constante generación de relevo. Para prevenir la burocratización es necesario un proceso educativo constante que promueva nuevos cuadros dirigentes. El Partido debe ser ‘parte’ del pueblo no un elemento externo y su tarea es elevar el nivel ideológico y político del pueblo desde adentro.

En el Partido revolucionario debe existir una participación activa y directa de los miembros. Estos no deben obedecer mecánicamente órdenes de una cúpula, sino intervenir activamente en discusiones y aplicar estrategias y tácticas que comprenden perfectamente porque han participado en su formulación. De esta forma todos los miembros del partido son realmente directivos y agentes y no ejecutores pasivos de órdenes.

La administración del Partido debe ser flexible, democrática y desinteresada. Los diferentes niveles del Partido deben responder a razones funcionales, a división de labores y no a estáticos privilegios. Según Gramsci, la organización deber basarse en la aceptación de que la relación entre maestro y alumno es activa y recíproca, por lo tanto, todo maestro es siempre un alumno y todo alumno un maestro.

Como vemos, para Gramsci, la función histórica del Partido Revolucionario es precisamente desarrollar la nueva voluntad colectiva a través de una reforma intelectual y moral que determine el establecimiento de la nueva hegemonía en la sociedad civil y permita la creación de la nueva sociedad socialista.

Los elementos de la teoría política de Antonio Gramsci aquí analizados nos parecen importantes para la consolidación de nuestro proceso bolivariano. Esta tarea tiene como arma fundamental la cultura y como soldados a los “intelectuales orgánicos”, es decir, aquellos cuadros que emergen del corazón mismo del pueblo para rescatar, recrear y construir un proyecto socialista nacional, basado en la visión independentista, liberadora y soberana de nuestro pueblo.

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[i][1] [i][1] Gramsci, A., Selección de Escritos Políticos (SEP), V.I, , Internacional Publishers, N.Y., 1977, pag. 11

[ii][2] Idem

[iii][3] Idem, pags. 26 y 27

[iv][4] Gramsci, A., “Notas sobre la revolución rusa”, 29 de abril 1917, Marxist Internet Archive, 2000, pag. 1

[v][5] _________, Scritti giovanili (SG), Einaudi, Italia, 1958, pag. 117 (traducción y subrayado míos O.C.)

[vi][6] SEP, V. II,pag. 290

[vii][7] Gramsci, A., “Los intelectuales y la organización de la cultura”, Juan Pablos Editor, México, 1975

[viii][8] GRAMSCI, A., Passato e Presente, Editori Riuniti, Roma, 1979,pag 82

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